SOL GENERAL
POR DARÍO VERA
Soy a mucho orgullo cien por ciento victorense; hijo de un padre y una madre también victorenses. Nací y crecí en este mi querido terruño, pedacito de cielo y sucursal del paraíso.
Si algo tenemos los que somos de aquí es que entre nosotros podemos hacernos garras, señalarnos y hablarnos con una sinceridad que puede rayar a veces en terreno que van más allá de la honestidad.
Ah pero eso si, que ningún foráneo se atreva a querer hacer lo mismo porque entonces si nos unimos y no se la acaba… nadie nos va a decir lo que ya sabemos y que solo entre nosotros podemos echarnos en cara.
Una de las deficiencias que tenemos como rasgo cultural, considero a título personal, es la falta de identidad que no sabemos forjar. Que tenemos personales ilustres, lugares emblemáticos e históricos, que muy pocos se han preocupado por fortalecer para que se conviertan en iconos y referentes sociales.

Son pocos esos referentes que procuramos fortalecer y que trascienden el tiempo y rebasan fronteras para que se hable de Victoria más allá de los límites con Güémez o Llera.
Indiscutiblemente uno de esos pocos es nuestro equipo de futbol: Correcaminos.
El pajarraco azulnaranja es un bien patrimonio de los victorenses, más allá que sea propiedad de la Universidad que es de todo Tamaulipas. Ese equipo aquí nació, nos ha representado, nos llevó a la Primera División y aunque ha dado más tristezas, las contadas alegrías han sido por mucho, más satisfactorias que los múltiples tragos amargos.
Es Correcaminos, le decía, de los pocos elementos que nos dan identidad como pueblo victorense.
El jueves pasado en la edición 41 del Clásico Tamaulipeco, se vivió una fiesta con un estadio atiborrado, un triunfo agónico, jugando más con corazón que con buen fútbol, donde destacó el drama, el sacrificio y el sufrimiento incluido.
Al final: la recompensa. El grito de gol ahogado durante una larga espera.
¿Por qué la felicidad?. Se le ganó al acérrimo rival, al amigo petrolero, al que presume ser el único campeón de Tamaulipas, a los que creen que por historia merecen más, por ser ciudad industrializada y no burocratizada son mejores, al vecino rico, al arrogante que cree que sus calles bonitas, parques y centros comerciales, van a meterse a jugar a la cancha a la hora del partido.
Será lo que quieran, pero con Correcaminos no pueden… ni podrán.
Una semana después el mensaje no es para el rival, el mensaje es para los jugadores del ave.
Esa es la esencia de Correcaminos, esa es la mística azulnaranja: salir a la cancha, partirse la madre, defensas centrales con garra, con proyección ofensiva, un equipo colaborativo, sacrificado, esforzado, con vergüenza y pantalones.
El victorense es noble, el aficionado a Correcaminos más. ¿Quiere triunfos? Claro, como todo aficionado al fútbol, pero más quiere ver jugadores que quieran la camiseta, que les duela perder, que se maten por ganar, que salgan a hacer lo que se supone que saben.
Aquí no hay ídolos de fútbol exquisito, aquí se convierten en figuras los guerreros, los que salen con el cuchillo entre los dientes, no los que besan el escudo, sino los que se mueren en la cancha por él.
Eso lo sabe Eugui, ojalá así lo entiendan todos los demás.