Redacción/La Expresión
CIUDAD VICTORIA. —La vida de María Magdalena Pérez Juárez cambió por completo en 2007, cuando un diagnóstico de cáncer de mama la llevó a enfrentar una de las batallas más duras de su existencia. Años después, y tras superar tres recaídas, decidió transformar su experiencia en un acto de amor hacia los demás. Así nació la asociación Un Cachito de Luz, un refugio para mujeres y familias que atraviesan el mismo camino que ella recorrió.
“Yo no quería que la gente durmiera bajo un árbol esperando atención médica. Quería un lugar digno donde pudieran descansar, bañarse, tener una cama y un plato de comida”, recuerda la fundadora, con la serenidad de quien aprendió que la fe y la voluntad también curan.
El primer diagnóstico llegó tras insistir durante semanas ante médicos que no detectaban el tumor. “Yo sabía que algo no estaba bien, así que busqué hasta que una doctora me dijo que debía ir con un oncólogo. Ese día cambió mi vida”, relata. La cirugía, las quimioterapias y las radiaciones fueron solo el inicio de un proceso que puso a prueba su cuerpo y su fe, pero también su capacidad de empatía.
“Mientras yo recibía tratamiento, veía a otras mujeres y a niños que no tenían los recursos ni la atención médica. Ahí sentí que Dios me pedía hacer algo más”, explica. La idea del albergue surgió en 2013, mientras recibía su segunda ronda de tratamientos en el Centro Oncológico de Ciudad Victoria. “Le dije a mi médico que iba a poner un albergue. Me respondió: ‘ni sabe lo que dice, es mucho trabajo’. Pero lo hice, con ayuda de Dios”, señaló la Sra. Magda durante entrevista en el Podcast de Alejandro Paz.
En 2015, con poco más que una casa vacía, cobijas donadas y la ayuda de vecinos, Un Cachito de Luz abrió sus puertas. La primera huésped fue una mujer de Reynosa que llegó sin un lugar donde dormir. Desde entonces, decenas de pacientes y sus familiares han recibido hospedaje, alimento, apoyo psicológico y acompañamiento espiritual.
“Yo pongo las ganas y Dios me abre los caminos”, dice doña Magda, quien asegura que su propósito es retribuir lo que la vida le ha permitido conservar: “A veces siento que todavía le debo a Dios, y la manera de pagarle es ayudando a los demás”.
Hoy, la fundación se sostiene con donaciones y el trabajo voluntario de médicos, psicólogos y personas solidarias. Para su presidenta, el mayor logro no está en los reconocimientos, sino en las sonrisas de quienes logran volver a casa con esperanza.
“El cáncer no define quién eres, pero sí puede enseñar lo mejor de ti”, afirma con voz pausada. Y en cada habitación del albergue, donde las historias se entrelazan entre oraciones y risas, parece cumplirse la promesa que inspira su nombre: que basta un cachito de luz para vencer la oscuridad.
De la lucha contra el cáncer nació “Un Cachito de Luz”
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